Mauricio Macri ganó el balotaje presidencial contra Daniel Scioli, tras una campaña que marcó estilo a puro marketing y en la cual supo hacer las piruetas de rigor para conquistar a los electores. Así llega Macri a quien le costó que la coorporación política le sellara el pasaporte que ahora le marca con honores. La vidriera porteña le sirvió de sobra de trampolín en una cruzada que comenzó hace más de una década. En 2011 pidió ser el candidato a presidente de una alianza opositora, pero entonces lo desairaron. Sus actuales socios en Cambiemos, inclusive, aún no lo admitían dentro de la política.
El ingeniero de padre empresario y millonario, ya había esperado en 2003 cuando fue derrotado en el balotaje porteño con el trago amargo de haberle ganado en primera vuelta a Aníbal Ibarra, cuya destitución por el caso Cromañón, algunos creen que le facilitó -como la presidencia de Boca- llegar a su primer cargo ejecutivo electo. La permanencia fue otra cosa, corrió por su propia cuenta y destrezas (va por el tercer período para el PRO en el distrito porteño).
Macri, el PRO y sus versiones anteriores le imprimieron a la caminata electoral un estilo marketinero que ya nadie se anima a criticar. Timbreo al estilo evangelizador, nada de acarreos, mucho color y una difusión potente. Son técnicas estudiadas y emuladas que hasta le obligaron a una corrección vocal, a afeitarse el bigote y en la última temporada marcar tendencia vistiendo siempre una camisa celeste. Folclore de algarabía, colores y piruetas.