El barrio parece ese límite geográfico que casi siempre vamos a desconocer. Poca gente sabe dónde empieza y termina su barrio, pero todos sienten ese barrio cuando saben hacer ...vida de barrio. Los vecinos amigos, las baldosas que ya conocen nuestros pies de memoria, el centro de compras por más mínimo que sea y la historia ajena que converge en la propia. Para mi madre, que añoró eternamente su barrio, San Cristóbal, esa vida era jugar en la vereda hasta que mi abuela pegaba el grito para cenar, o asomarse a la puerta hasta que pasara el dueño de sus ilusiones. Patricia GarcíaMás riguroso, el historiador Angel O. Prignano* intenta buscar un origen académico de esas geografías:
El
vocablo barrio tiene, por cierto, un origen claramente territorial.
Según Corominas, proviene del árabe barr, que significa ‘afueras
(de una ciudad)’,
o más precisamente del derivado árabe barrî
‘exterior’, del árabe vulgar bárri. La traducción del término
en otros idiomas es difícil, pues en cada sociedad hay distintas
formas de definirlo, determinarlo o sentirlo, y muchas veces se
mezclan los conceptos barrio y vecindario. En francés se habla de
quartier, en italiano de quartiere, en inglés existe la dualidad
neighborhood-district y en alemán están las expresiones ortsteil y
stadtviertel que dan la idea de lugar o parte de un lugar.
En
Buenos Aires se reconoce un estadio previo al barrio propiamente
dicho: el vecindario. De ello da cuenta Scobie: “En 1910, la
mayoría de los porteños seguía considerando al vecindario –no al
barrio o la parroquia- como el centro principal de su vida fuera del
hogar. Pero en la primera década del siglo XX el barrio había
llegado a la cúspide de su importancia psicológica, social y
económica.
En este Buenos Aires en expansión existían innumerables
vecindarios y cuadras, con frecuencia de límites y lealtades
imprecisos y cambiantes. Los talleres, almacenes, carnicerías,
panaderías y cafés desempeñaban un importante papel en la vida de
los vecinos. Los chismes locales, el juego de niños y la escuela
primaria suministraban contactos y satisfacciones. Podía caminarse
por sombreadas calles de tierra a pocas cuadras de cualquiera de las
grandes vías de tránsito y sentirse lejos de la metrópoli.”
Gorelik
coincide con Scobie en llamar vecindarios a las “avanzadas
domésticas” sobre los suburbios y colocar en la misma década la
aparición de “una nueva unidad urbana, el barrio”. Y señala que
no se trata de “una definición jurisdiccional, aplicable a
sectores de la ciudad en cualquier momento de la historia, sino la
aparición de un fenómeno preciso en Buenos Aires: es el barrio
suburbano moderno, como fenómeno material, social y cultural; la
novedosa producción de un espacio público local que reestructurará
la identidad de los heterogéneos sectores populares en el suburbio”.
Mario
Sabugo, por su parte, lo sintetiza así: “El barrio es una
institución, una forma específica de organización comunitaria, que
se puede describir en base a sus creencias y actividades; y es
asimismo un territorio, según sus características físicas tanto
naturales como artificiales”.
Pero el
barrio también es –y me parece que ante todo- la actitud de
quienes lo habitan, un modo de estar en un determinado lugar, quizá
el mero estar americano del que hablaba Kusch. Con toda razón,
Norberto H. García Rozada tituló uno de sus escritos: “Garay
fundó la ciudad y los porteños, los barrios”. La expresión es de
lo más acertada; fueron los propios vecinos quienes colonizaron los
nuevos territorios porteños –los suburbios- y definieron sus
características a través de las culturas que trajeron, las
instituciones que crearon y las redes sociales que tejieron. Son el
alma de los barrios. Y del propio García Rozada tomo palabras que
hago mías: “Alma, sí. No es audaz esa calificación porque Buenos
Aires despojada de sus barrios sería, acaso, tan sólo una corteza
insustancial, peregrina e inexpresiva acumulación de inmuebles y de
asfaltos carentes de espíritu y tradiciones.” Cada barrio es una
célula del tejido ciudadano y en cada célula se agitan los átomos
de una barrialidad específica.
Aunque
parezca contradictorio, se trata de un espacio armónico en el que
actúan sensaciones y sentimientos dispares en un juego de opuestos,
donde se mezclan disputas y avenencias, amores y odios, alegrías y
sinsabores. Es, paradójicamente, el escenario donde puede hallarse
el equilibrio de estos opuestos, en el que se da y a la vez se
encauza esa tensión vital. ¿La versión vernácula del yin y el
yang de la filosofía oriental? La ciudad es el caos y el barrio, el
orden.
* * *
Si de
límites tenemos que hablar, sin embargo, es imposible decir dónde
termina un barrio y en qué lugar empieza el otro. Hasta resulta
odioso afirmar que dos vecinos que viven en la misma calle, en la
misma cuadra, pero en veredas opuestas, habitan barrios distintos. A
veces es inútil tratar de sacarlos del error –supuesto- de que no
pertenecen al barrio que corre por la vereda de enfrente. Intentar
convencerlos podría insumir largas argumentaciones y como resultado
el descreimiento del interlocutor y hasta su enojo. Es que el tan
característico “yo soy de” no sólo encierra el sentido de
pertenencia o la reclamación de procedencia, que muchas veces excede
los límites preestablecidos para tal o cual barrio, sino también el
de identidad, pasión única y a la vez compartida. Saber de donde se
procede le dice a uno quien es.
Ese
sentido de pertenencia tiene que ver con la estadía continua. La
mudanza de barrio en barrio en nada contribuye a mantener tal
condición; más bien conspira contra ella, pues la neutraliza y la
diluye. Carlomagno lo sabía al ordenar traslados masivos de las
tribus rebeldes de Sajonia para que perdieran el motor de sus luchas.
En la Grecia y Roma antiguas, por cierto, el destierro era peor que
la muerte.
La
ordenamiento barrial de Buenos Aires debe entenderse, de una vez por
todas, como una unión dinámica comprendida desde otra perspectiva y
lejos de los burócratas municipales. En términos cartográficos
podría parecerse a la representación de un territorio montañoso,
con manchas oscuras (los cumbres) y zonas conectivas en distintos
tonos de intensidad (las laderas y los valles). Las manchas oscuras
bien definidas son los núcleos urbanos que corresponden a cada uno
de los barrios porteños reconocidos oficialmente o no como tales,
los cascos fundacionales locales que no son discutidos por nadie. El
tejido conectivo, representado por tonos que suben de intensidad a
medida que se acercan a los puntos oscuros y bajan cuando se alejan,
es la zona gris e indefinida donde coexisten pertenencias concretas
junto a otras indeterminadas y hasta algunas combinadas, pues no
faltan quienes sostienen su bibarrialidad al haber nacido en un
barrio y residir en otro.
Es que
hay otra división en la que intervienen disímiles factores
emparentados generalmente con las sensaciones y afectos de los que la
definen: los propios vecinos. Son ellos quienes, con todo derecho,
adhieren a la barrialidad que sienten tener, al margen de normativas,
mapas y otras regulaciones impuestas desde afuera. Son de tal barrio
y no de otro. Viven en este barrio y no en aquel otro.
Muchas
cosas unen a todos los porteños: la discusión, la mesa de café, su
música, acaso la manera de verse uno en el otro, por nombrar
algunas. Porque Buenos Aires no está definida ni cimentada por su
fragmentación en barrios, sino por el diálogo entre ellos.
* * *
En el
afán de determinar el espacio de estas sensaciones y teniendo en
cuenta además otras cuestiones, quizá haya llegado el momento de
hablar de barriadas constituidas por sectores de barrios o grupos de
dos o más barrios relacionados entre sí por características
comunes, como la topografía, el tipo de urbanización, el uso del
espacio, etc. El Bajo Flores, por ejemplo, tiene más concomitancias
con el norte de Villa Soldati y Nueva Pompeya que con el centro de
Flores. De hecho, el lugar donde se encuentra el estadio Nuevo
Gasómetro del club San Lorenzo está identificado popularmente con
el Bajo Flores y no fue hasta 2007 que quedó oficializada tal
pertenencia, después de la última modificación de límites
barriales. La ordenanza vigente hasta entonces lo tenía en
jurisdicción de Nueva Pompeya. Los relatores y periodistas
deportivos han contribuido a divulgar su vinculación geográfica con
el Bajo Flores, aunque no fueron ellos quienes la impusieron; tal
caracterización territorial ya estaba incorporada de antemano en el
sentir de los vecinos antes de que el club construyera su estadio.
Algo similar ocurre con el estadio Monumental de River Plate, ubicado
en Belgrano y no en Núñez, como está difundido.
Por otra
parte, uno no puede desconocer los virtuales Barrio Norte, Once,
Congreso, Abasto, Tribunales, Barrio River, Barrio Parque y Las
Cañitas, entre otros. No aparecen en los registros oficiales, pero
tienen existencia real para los vecinos, para los periodistas y sobre
todo para los operadores inmobiliarios. Tampoco se puede evitar
preguntar cuántos Palermos, Belgranos, Flores y Villacrespos podemos
encontrar, dado que armenios, chinos, coreanos y judíos crearon allí
sus propios towns. Es que la diversidad hace a la democracia y una
óptima red social se sustenta con el aporte solidario de todos sus
integrantes, cualquiera sea el nivel económico en que se muevan,
raza a la que pertenezcan o creencia que profesen.
También
se da lo contrario, es decir barrios que tranquilamente podrían
amalgamarse dadas sus concordancias geográficas, históricas y
sociológicas. En este caso, es posible imaginar una de estas
barriadas integrada por los barrios del Centro, otra por Villa Real y
Versalles, una tercera por Floresta y Vélez Sarsfield, y otra más
por Coghlan, Núnez y Saavedra, por nombrar sólo algunos casos.
Dicho esto, queda abierto el debate.
* * *
Todas
estas cuestiones me hacen pensar sobre las ideas que andan dando
vueltas sobre la creación de nuevos barrios tomando obviamente
territorios de los existentes. Según parece, algunas entidades y
legisladores de la ciudad abogan por la promulgación de leyes que
los homologuen, sin darse cuenta de que los vecinos no necesitan
títulos ni disposiciones oficiales para que existan. Una breve
encuesta en distintos sectores de la ciudad nos revelaría un
sinnúmero de sensaciones en ese sentido. ¿Acaso muchos vecinos de
Balvanera no dicen pertenecer a Congreso, Once o el Abasto? ¿Y en
Caballito no están los que se reconocen como vecinos de Primera
Junta, Parque Rivadavia, Plaza Irlanda o Parque Centenario? Y así
podríamos seguir. ¿Es, entonces, que se van a dictar leyes para
oficializar estas y otras denominaciones que puedan aparecer? ¿Qué
hay, además, de los nombres que se han perdido? Corrales, Los
Olivos, Villa Alvear, Villa Centenario, Villa o Nuevo Chicago, Villa
Malcom, Villa Mazzini, Villa Modelo. ¿Aparecerán quienes quieran
reivindicarlos asignándoles nuevos territorios?
Me
pregunto si no sería mejor derogar la ordenanza de 1972 que impuso
límites a los barrios y dejar que sea el propio vecino quien decida
a cuál desea pertenecer o sienta que pertenece. Seguramente no
cometerá los gruesos errores que la mencionada ordenanza cometió.
De todos modos, las fronteras que ha establecido son prácticamente
desconocidas por la población de Buenos Aires (lo propio ocurre en
todas las ciudades del mundo), no obstante que ya han pasado más de
tres décadas de su promulgación.
Se podrá
argüir que ahora sí, las quince comunas creadas por la Legislatura
como consecuencia de la ley del 1° de septiembre de 2005 tomaron los
límites barriales. Pero esta decisión se acerca más a las
cuestiones político-económico-administrativas y los intereses
partidarios que a las percepciones y necesidades de los vecinos.
Tanto que, un año después, se debió ajustar los límites de cuatro
de estas comunas a fin de evitar la división de algunas villas
miseria en jurisdicciones distintas. Es que, como ha quedado dicho,
estos conglomerados son una unidad en sí mismos y no valen límites
barriales que pasen por el interior de ellos.
Insisto:
los vecinos tienen en cuenta otras razones para definir su
pertenencia a tal o cual barrio. Todos los porteños notifican la
suya en algún momento de sus vidas. Una buena parte lo hace a cada
rato, con orgullo y sin tapujos. Asumen una postura exaltada que
llevan a todas partes. Fronteras afuera son argentinos; en Buenos
Aires son de un barrio. Más allá de los límites de la ciudad
exhiben su porteñidad; hacia adentro marcan su territorio, fijan su
barrialidad. El barrio es una táctica de vida.
Una
táctica que un viejo vecino, con quien compartí la barrialidad
bajoflorense por muchos años sin que la diferencia de edad fuera un
obstáculo para conversar de todo, quizá sin saberlo me confesó en
una de esas charlas que manteníamos cotidianamente: “Nací en la
casa de mis padres que ahora es la mía, me bautizaron en la iglesia
Santa Clara, fui a la escuela de San Pedrito y Avenida del Trabajo,
me casé también en Santa Clara, varias veces me curaron en el
hospital Piñero, trabajé en un taller del barrio y puedo asegurarte
que cuando estire la pata me van a enterrar en el cementerio de
Flores o a cremar en la Quema.”
Es
indudable que muchos vecinos NyC (Nacidos y Criados) de cualquier
barrio podrían ser tan autosuficientes como él y ostentar el mismo
atributo de completar su ciclo de vida sin salir prácticamente de su
lugar de nacimiento. Me consta que este buen hombre está enterrado
en el cementerio de Flores y me atrevería a afirmar que su último
vaticinio no se cumplió porque, cuando murió, la Usina Incineradora
de Basuras de Flores ya había sido demolida, que si no...
Angel O.Prignano: historiador, porteño. Cuenta con numerosas publicaciones sobre Buenos Aires y fue en 1999 uno de los fundadores de la revista Historias de la Ciudad.