Aquella manzana de Garay
frente a la Plaza de Mayo
Pequeña historia de
edificios, próceres, artistas, pungas y cultoras del viejo oficio
Por Marcelo Carlos Olivetti *
El reparto del fundador
La manzana que ocupa hoy el Banco de la
Nación, limitada por las calles 25 de Mayo, Bartolomé Mitre, Reconquista y
Rivadavia, tiene como todas las parcelas de la ciudad, su historia. Que parte
de ese edificio, la esquina de Reconquista y Rivadavia fue anteriormente el
primer Teatro Colón, no tiene ninguna gracia; eso lo saben casi todos.
Tampoco
es muy original que tres tercios de la manzana pertenecieron a Juan de Garay y
su hijo, además del alcalde Martel; surge de uno de los planos más difundidos
del reparto de tierras y solares y lo repiten a diario todos los guías de
turismo que traen visitantes a recorrer la Plaza de Mayo y sus alrededores. En
cambio, la historia desconocida de los próceres y "pungas",
caballeros y prostitutas, financistas y fulleros que habitaron y actuaron en
esta manzana tan céntrica de Buenos Aires y las cosas interesantes que
ocurrieron en ella, no ha sido aún escrita totalmente. Aclaramos que tampoco
pretendemos hacerla nosotros; nos limitaremos simplemente a desbrozar la maleza
para descubrir la pequeña crónica histórica que brindaremos al lector curioso.
Para comenzar por el principio; es
cierto, Garay figura como dueño del primitivo solar, pero sólo de la mitad
sobre la plaza. Se lo adjudicó en el reparto de 1580, mientras el resto lo
dividió en dos grandes cuartos, el lote del oeste para el alcalde Gonzalo
Martel y el otro, que culmina hoy en la esquina de 25 de Mayo y Bartolomé
Mitre, para su hijo natural Juan de Garay "el Mozo", habido con una
india paraguaya con la que el poderoso señor entretenía sus ocios. Es curioso que
nadie quiera descender de este muchacho, porque hay muchos que se precian de
ser descendientes de Garay, aunque los orígenes del fundador son bastante
dudosos y andan por allí algunos genealogistas tratando de dilucidar en qué
circunstancias fue engendrado y quien podría haber sido su padre. Pero esto
personalmente no nos afecta: no tenemos ningún vínculo de sangre con Garay..
Lo cierto es que de su hija la legítima,
casada con Hernandarias, desciende medio Buenos Aires tradicional y es lógico:
el primer gobernador criollo es algo así como el "muchachito" de la
película genealógica. Tampoco desciende nadie que se considere "bien
nacido" del otro fundador, don Pedro de Mendoza, porque dicen las malas
lenguas que tenía una enfermedad "non sancta". Mendoza no tuvo descendientes,
pero de haberlos tenido seguramente no hubieran vacilado algunos en elogiar a
su genearca por su gran "masculinidad". Pero hoy en los tiempos del
Sida, todo esto no asombra ni asusta a nadie y lo de "bien nacido",
bueh... ¡mejor no toquemos el tema!
Bien, lo cierto es que las tres cuartas
partes de la manzana, como dijimos, pertenecían a los Garay, padre e hijo.
Podría discurrirse bastante sobre el fundador de nuestra ciudad, pero ya se han
ocupado con mayor autoridad otros investigadores. ¡Don Juan de Garay..! Lo que
me llamó la atención es que algunos eruditos historiadores hayan cuestionado el
uso del don que se le otorga habitualmente. Dicen que, en rigor de verdad, este
título nobiliario no le correspondía. ¿No creen ustedes que con un hijo natural
conocido y otros que deben haber quedado en la Asunción, el viejo
"conquistador" tiene bien ganado su título de Don Juan...? Pero esto
escapa a nuestra historia.
Lo concreto es que en años siguientes, el
dio comenzó a fraccionarse; a Gonzalo Martel lo sucedió su yerno, Manuel de
Frías, poderoso terrateniente y, en la primera mitad siglo XVII, habitaba una
de las casas sobre Rivadavia un curioso personaje, Bernardo Sánchez, que se
hacía llamar "el hermano pecador" y cuya fama había trascendido nuestras
fronteras. Se dice que fue un aventurero y que en su juventud recorrió Chile y
el Perú y un buen día recaló en Buenos Aires. Pocos sabían quién era y de dónde
había venido, aunque denotaba un lado de gran señor. Recorría las calles en
bito monacal, frecuentaba corrillos y familias y aunque tenía buena posición
económica, pedía limosnas y rezaba por sus "muchos pecados".
Hace pocos
años, alguien mencionó que el misterioso "hermano pecador" podría
haber sido, en realidad, un lúcido y secreto informante de la corona que, por
este medio, se enteraba de los negocios de los gobernadores y oficiales reales,
del contrabando y otras menudencias que asolaban a la gran aldea. Queda para
otra oportunidad, dilucidar bien su biografía, nuestro propósito es rescatarlo
aquí como habitante de la manzana que nos ocupa.
La excomunión del
gobernador Lariz
También sobre la actual Rivadavia, lindera
con la casa de Bernardo Sánchez, ocurrió en 1646 un hecho de ribetes policiales
que conmovió al vecindario y años más tarde, motivó una severa condena en el
juicio de residencia del gobernador. Habitaba allí un riquísimo cabildante, don
Pedro Sánchez Garzón, quien, próximo a morir y no teniendo herederos forzosos,
dejó sus bienes a la Iglesia para que los distribuyera entre los pobres. Pero
el obispo, que lo era a la sazón don Cristóbal de la Mancha y Velazco, decidió
por su cuenta y riesgo, y lo peor, sin autorización del gobernador, como
hubiera correspondido, fundar en esas casas el primer seminario de Buenos
Aires. Todos los pobres y mendigos porteños protestaron, pero el prelado hizo
oídos sordos y siguió adelante con su idea; amuebló la casa y la pobló de
clérigos.
Era gobernador en ese entonces don Jacinto
de Lariz, personaje extravagante y rudo, que tenía continuos roces con el
obispo, prepotente y orgulloso también este último, como correspondía a su
investidura. El mandatario resolvió tomar cartas en el asunto y un día se
apareció con treinta soldados y "sacó a puntapiés a los frailes de la
casa", según expresión de un cronista, mientras les gritaba improperios:
"Salgan inmediatamente de aquí o los voy a sacar a bofetadas y
puñaladas... aunque venga San Juan Bautista en hábito de clérigo, de igual
forma los haré salir". Y remató la expulsión con esta frase: "Que venga
ahora su obispo a defenderlos...", algo así como el "andá a cantarle
a Gardel", de nuestros días.
Los soldados entraron luego y echaron
todos los muebles, ropas, libros y objetos a la calle. No dicen las crónicas si
pudieron rapiñarse algo, como hubieran hecho nuestros contemporáneos, pero sí
que el obispo, muy amoscado, reaccionó violentamente descargándole una
excomunión mayor a Lariz. Este último, para que los vecinos se olvidasen del
asunto, emprendió un largo viaje a recorrer sus dominios. Estos hechos
sucedieron en una casa sobre Rivadavia, entre 25 de Mayo y Reconquista, en la
manzana del Banco de la Nación.
De paso señalaremos que este predio
estaba muy poco edificado y existían algunos baldíos denominados por entonces
"huecos", aunque en el sitio que hoy ocupa la ochava del edificio
bancario, se erigía una gran casona de planta baja con tres patios, 25
habitaciones, un jardín y una huerta en el fondo.
El doctor Vicente Anastasio de
Echavarría
La esquina de Bartolomé Mitre y 25 de
Mayo, perteneció al canónigo Manuel Antonio de Castro y Careaga, cuya biografía
ocupa unos 10 centímetros en los diccionarios biográficos. Nada de importante
ocurrió allí; en 1860 era propiedad de un tal Pedro Lailla. Más histórica es la
esquina de enfrente que perteneció también a otro cura, el presbítero José
Antonio Picasarri, famoso músico y tío de Juan Pedro Esnaola, quien arregló la
actual versión del Himno Nacional. Hacia 1870 esa esquina, que hoy ocupa una
cafetería llamada Portovelho, era la acreditada Panadería de la Marina.
Siguiendo por Bartolomé Mitre, antes
llamada Piedad, en dirección al oeste, luego de pasar el número 326, entrábamos
en la propiedad del doctor Vicente Anastasio Echavarría, de gran actuación en
los sucesos de Mayo, diputado al Congreso de Tucumán, funcionario durante
diversos gobiernos y famoso jurisconsulto. Autor de un código de comercio fue
un hábil comerciante él mismo, propietario de diversos establecimientos, pues
en aquella época parece que era más fácil que ahora amasar grandes fortunas ¿o
no...?
Echavarría mantuvo un escandaloso pleito
con Francisco Antonio de Letamendi por la propiedad de una chacra en Flores.
Tiene una larga reseña en los diccionarios históricos y sus biógrafos le
dedican grandes elogios a excepción de Diego Luis Molinari que lo trata muy
mal, llamándolo "inescrupuloso comerciante, con gran predicamento en los
círculos oligárquicos de la capital".
Sus
descendientes vendieron esta propiedad en 1896 al Banco Popular Argentino y en
1910 la compró el Banco Británico de la América del Sur. Pasó a poder del Banco
de la Nación en 1926.
Pueyrredón y su hijo Prilidiano
Desde Bartolomé Mitre y Reconquista,
siguiendo por esta última calle en dirección a la plaza, hasta topar con el
antiguo Teatro Colón, esa gran extensión de terreno, era propiedad de Juan
Martín de Pueyrredón, que la adquirió siendo Director Supremo en 1819 por
17.500 pesos de entonces. Más tarde, en 1844, vendió la fracción central de
Reconquista a don Nicolás de Anchorena que luego la traspasó al Banco Germánico
de la América del Sur.
La esquina de Bartolomé Mitre pasó en
herencia a su hijo, el famoso arquitecto y pintor Prilidiano Pueyrredón, quien
alternaba sus estadas en esta casa de altos y bajos con su quinta de San
Isidro. Aquí, en esta esquina de Reconquista 49 (numeración antigua), instaló
su atelier, que frecuentaban los más destacados personajes de la vida cultural
de entonces en amables tertulias que se prolongaban hasta altas horas de la
madrugada.
En esta casa
pintó sus famosos desnudos de mujer donde aparece su amante con gran busto,
"pechugona" como diríamos ahora, en diferentes poses. Estas pinturas
escandalizaron a la sociedad pacata de entonces y le crearon una siniestra fama
de depravado. Casi todas estas obras fueron destruidas años después y sólo se
conservan de esta serie dos óleos: "La mujer en la bañera" y "La
siesta". ¿A cuánto se cotizarían estos cuadros hoy, si tenemos en cuenta
que "Apartando en el corral", del mismo autor, acaba de venderse en
551.000 dólares?
Prilidiano Pueyrredón ocupa un lugar
destacado en la historia del arte argentino, era muy talentoso y como
arquitecto construyó la hoy quinta presidencial de Olivos, entre otras obras.
Sin embargo, no era un hombre de físico agraciado. Era alto pero gordo, calvo y
con una diabetes que le obligaba a ir siempre con anteojos negros; su figura
habrá seguramente alimentado las elucubraciones malignas de sus contemporáneos.
Murió soltero repartiendo sus bienes entre sus parientes y una hija natural y
dejando dinero en herencia a una misteriosa mujer.
Su atelier fue adquirido por el Banco
Británico de la América del Sur, que lo demolió para edificar allí su casa
matriz. Parece que entonces los negocios bancarios y financieros era más
importantes que las obras de arte.
El primitivo Teatro
Colón
La esquina de Reconquista y Rivadavia,
donde estuvo instalado un cementerio, era por esta razón conocido como el
"hueco de las Ánimas" y propiedad del Colegio Seminario de Buenos
Aires a fines del siglo XVIII, cuando la adquiere el Consulado.
En
1805 toma posesión de ella el Cabildo para construir allí el "Coliseo
Estable de Comedias", pero las edificaciones quedaron muchos años a medio
terminar y en 1832 el edificio sufrió un devastador incendio. En 1851, sin
embargo, algunos simpatizantes rosistas lo restauraron y techaron para hacer un
gran baile en honor de Manuelita. Un año después, también se hizo allí un
baile, esta vez en honor de Urquiza...
Este
baldío en ruinas, propiedad municipal, movió a una sociedad de accionistas que
integraba el Ing. Carlos Enrique Pellegrini, a solicitarlo en concesión para
edificar allí un denominado "Teatro Colón". Era la época en que toda
la sociedad porteña imitaba los gustos europeos y la ópera estaba de gran moda;
además, era una ocasión para las damas de lucir nuevas pilchas, chusmear y
relojear a los galanes de turno.
En
realidad, la construcción del Colón fue una inversión faraónica; existiendo
tantas obras públicas imprescindibles para Buenos Aires, construir este
suntuoso edificio, cuya araña central medía 8 metros de diámetro y sostenía 450
picos de gas, con 2.500 espectadores sentados sobre butacas de caoba tapizadas
en marroquí color café, era un despilfarro que no pudo sobrevivir largos años a
los ingentes gastos de su mantenimiento. Se inauguró el 25 de abril de 1857 y
cerró en 1888. Renovadas compañías líricas actuaron allí, especialmente
artistas italianos y franceses de renombre y recordamos los simpáticos versos
de Estanislao del Campo relatando la experiencia de aquel paisano que una noche
se le ocurrió entrar, para presenciar la representación de "Fausto".
No
haremos aquí su historia; en cualquier libro sobre el tema puede leerse con
lujo de detalles. Sólo diremos que al vencerse la concesión, el edificio pasó a
la Municipalidad que lo vendió al Banco Nacional. Daba lástima ver cómo se lo
iba desmantelando para convertirlo en banco. Ya dijimos que los negocios
financieros atrajeron siempre más a los porteños que las obras culturales. Creo
que ahora es diferente... ¿o no?
El Banco Nacional naufragó con la crisis
en 1890 y el flamante banco de Pellegrini compró el edificio "a tranquera
cerrada", esto es, con todo su mobiliario, incluidos los empleados. El
viejo Teatro Colón, modificado en 1912 cuando se le incluyó una "mansardá
" típicamente francesa, fue demolido por el arquitecto Alejandro Bustillo
para construir allí la última fracción del monumental edificio neoclásico que
luce su silueta sobre la Plaza Mayor.
La antigua Bolsa de Comercio
Ocupando una extensión un poco más amplia
que la de la actual ochava del Banco de la Nación, en la esquina de Rivadavia y
25 de Mayo, se encontraba el edificio de la Bolsa de Comercio, construido por
el arquitecto italiano Juan Buschiazzo. Este local, se formó con la fusión de
tres propiedades: la primera, lindera con el Teatro Colón perteneció a doña
María Josefa del Pino, nieta del virrey y cuñada de los generales Necochea. De
su esposo heredó una gran fortuna y como no tenía hijos, dedicó sus bienes a
obras benéficas. Asistió abnegadamente a los enfermos en la luctuosa epidemia
de fiebre amarilla de 1871 y, al año siguiente, legó el dinero necesario para
erigir un asilo que lleva su nombre. A1 edificarse el Colón, la casa de la
señora del Pino quedó varios metros adentro; la Municipalidad cedió luego lo
que faltaba para alinearlo con la calle. Al fallecer doña Josefa en 1872, el
solar fue comprado por la Bolsa de Comercio.
La
misma sociedad adquirió luego la propiedad lindera por el este, en su origen un
terreno baldío comprado en 1826 por el general Juan José Viamonte. En 1840 lo
vende al inglés Juan Malcolm, quien realizó allí las primeras construcciones:
una gran caballeriza donde se guardaban numerosos coches, victorias, volantas,
caballos y mulas. Los herederos vendieron el predio a la Bolsa.
La tercera propiedad, que dio forma
aproximada a la actual ochava del Banco de la Nación, perteneció al Dr. Esteban
Agustín Gazcón, a cuyos sucesores la compró en 1839 don Ladislao Martínez. Este
último es un personaje interesante: siendo un niño de 14 años actuó
valientemente en las invasiones inglesas, mereciendo el apodo de "napoleón
chico" y pese a su corta edad se lo designó teniente del Rey. El poeta
Pantaleón Rivarola lo menciona en uno de sus versos dedicados a la Reconquista.
Con
los años revistó en el ejército de San Martín como oficial de Granaderos. El
general Paz lo recuerda como muy charlatán: "Hablaba mal de sus compañeros
y de su jefe", dice. Más tarde se dedicó con especial habilidad a los
negocios y obtuvo en donación del gobierno unas 50 leguas cuadradas en Laguna
de los Padres. ¿Qué servicios habrá prestado don Ladislao al Gobierno?
Se sabe que tenía la pasión del juego y
en sociedad con Braulio Costa y otros avezados personajes instaló un famoso
garito en su casa, donde con dados cargados, fabricados en el Brasil, le
hicieron perder una fortuna a Juan Facundo Quiroga. El general Tomás de Iriarte
cuenta en sus "Memorias" que en una de esas partidas tramposas perdió
los dos mil pesos que había ahorrado para casarse.
Ladislao Martínez dejó a su muerte una
fortuna inmensa; una de sus propiedades, loteada por su hijo del mismo nombre,
dio origen al pueblo de Martínez. El predio pasó luego a la familia Ortiz
Basualdo, que lo vendió a la Bolsa de Comercio.
Este edificio de la Bolsa albergó durante
años a una legión de inversores, oportunistas, delincuentes, estafadores y
vivió días dramáticos con la crisis de 1890, oportunidad en que grandes
familias que "jugaban a la Bolsa", quedaron realmente en la miseria,
al revés de lo que ocurre ahora que después de las subas sólo pierden los
"perejiles". Recordamos de paso que Julián Martel en su libro
"La Bolsa", nos brinda un vívido retrato de estos días de la crisis
en el predio que nos ocupa.
El prostíbulo de 25 de Mayo
Desde
la actual ochava del Banco de la Nación hasta llegar a Bartolomé Mitre por 25
de Mayo, en la época colonial denominada Calle del Fuerte, existían varias
casas de propiedad de la familia Ortiz Basualdo. En el centro de la manzana
funcionaba una agencia marítima y la primera casa, de dos plantas, ubicada
donde hoy está la entrada de vehículos de la entidad bancaria, era uno de los
tantos prostíbulos que albergaba Buenos Aires. Las agencias marítimas y los
hoteluchos linderos, hacían que la zona fuera frecuentada por marineros, principales
usufructuarios de los servicios, pero las muchachas tenían buenos clientes en
el Gran Hotel Argentino, donde José Hernández terminó de redactar su
"Martín Fierro", ubicado donde hoy se halla el edificio de la SIDE y
cuyas ventanas daban a la casa mencionada. Todas las mujeres
"levantaban" clientes en el vecino Teatro Colón y en muchos casos
trabajaban en combinación con punguistas, que robaban relojes y billeteras
mientras ellas entretenían a los candidatos. Según referencias de la policía,
los "pungas" que actuaban en Buenos Aires en la década de 1870 eran
en su mayoría de origen uruguayo.
El prostíbulo de 25 de Mayo y Rivadavia,
a metros de la Casa de Gobierno, motivó en varias oportunidades la intervención
policial por sus escándalos. Los diarios de entonces, especialmente "La
Tribuna", consiguieron su clausura temporaria en varias oportunidades
denunciando (¡botones!) que las muchachas se asomaban a las ventanas en paños
menores o semidesnudas y hacían señas a los paseantes. Este publicitado prostíbulo
era, sin embargo, de inferior categoría al que funcionaba en Bartolomé Mitre
363 al 67, que era el más frecuentado de la zona bancaria y albergaba mayor
cantidad de pupilas.
En fin, parecen mentira todas las cosas
interesantes que pasaron en la manzana de los Garay sobre la Plaza de Mayo y
ésta es sólo una de las tantas historias que alberga Buenos Aires obtenida con
sólo estudiar un poco los títulos de propiedad y sumergirse en la biografía de
sus habitantes. Paso revista a la colección de personajes grandes y pequeños
que habitaron esta zona céntrica en aquella época y a los que la ocupan hoy y
me pasa por la cabeza una duda existencial: ¿Existirá la reencarnación?
* Este artículo fue publicado en
“Historias de la Ciudad – Una Revista de Buenos Aires” (N° 1, Mayo de 2000), que autorizó su
reproducción a la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires.